jueves, 7 de julio de 2011

Temas y conceptos universales (dibujo en lápiz negro)



Con este título no pretendo discutir la llamada controversia o problema de los universales, una discusión filosófica (especialmente desplegada durante el período escolástico de la Edad Media), tan pertinente a la hora de definir niveles de abstracción y severas cuestiones ontológicas y existenciales. 
En cualquier caso, asistimos a una hoja trabajada (un dibujo; una hoja y un dibujo, mejor dicho) que alumbra un caos, un arrebato de tramas discontinuas e inmensum (inconmensurable). Pero estructurado, eso sí. Se nota además cierta alineación general: de los objetos que son parte del ensamble surgen conceptos y temas. El protagonismo, por ejemplo, es el más saliente. 
El término protagonista deriva de la voz griega protagonistis, compuesta a su vez por proto (primero) y agon-istis (luchador o jugador): primer plano, campeón, peso pesado, genio y figura, fiel a sí mismo o sí misma y sus derivaciones más tóxicas, resumidas en sustantivos tales como veleidad, narcisismo, capricho, mezquindad, locura y manía megalomaníaca.  
Ahí lo tenemos a Alfredo Atanasof (1), hombre de peso en aquellos comienzos de 2003; la gorrita clásica del (indeterminado) Golden Boy (2), el perfil plano del (inefable) tercer individuo (3) y la irrelevancia del cuarto (4). Hablar de protagonismo es hablar de roles; ellos estipulan un libreto de acciones (la palabra rol desciende del término latino rotulus, que significa rollo, en alusión al manuscrito enrollado o acta, asociado justamente al guión o libreto actoral) y, por consiguiente, diagraman la vitalidad: el árbol es vital en su rol arbóreo, mágico protagonista del paisaje (el árbol estructura o determina la visión del ser humano; es nuestro centinela, compañero eterno de caminatas y paseos, de pausas, ocios y retiros); el jinete bravo es vital en su rol de jinete. Roles y protagonismo (roles protagonísticos): ser en el hacer... pero ser y hacer en tanto sea protagonizando.
Todos, definitivamente todos queremos ser protagonistas. Todos, incluso la piedra: el granito de arena menuda (arenilla), el pedrusco colosal, o la soberbia cantera con su imponente presencia. Con su pose inteligente y serena, la piedra supera, por el hecho de ser inerte, todas las limitaciones y miserias de la materia viva.   
La impronta geométrica y la diagramación están presentes en el trazo, ni fino ni grueso, con ánimo representativo más que gestual. Dibujo urbano y sociable, destinado a socializar; resonancia de reuniones y salones pequeños. Ropa deportiva más bien nueva, una tensión elegante sport y un horizonte en extremo marginal (junto a cuadraturas en tanto rellenos veloces); todo envuelto en una velada disputa por la figuración, marcada a fuego por un ímpetu veleidoso y autoreferencial. Por último, observen todo el segmento inferior del dibujo en estilo office.

miércoles, 6 de julio de 2011

Utópicos candidatos


De esta manera llamó nuestra señora presidenta a ciertos dirigentes pejotistas que, presos de la ingenuidad y de ensueños trasnochados, pretendían lugares en las listas sagradas del Frente para la Victoria. Pero se trata de un bocatti honorable y privilegiado, casi inaccesible, situado bien arriba, en la cima imaginaria de nuestro futuro monte Olimpo (pronto se realizará la votación popular destinada a determinar qué cerro patagónico lo representará). Un tesoro reservado, especialmente, para los cuadros dirigenciales de La Cámpora, cristalina cantera de ritos iniciáticos para los nuevos patriotas, soldados entrenados en los quehaceres nacionales y populares. La revolución les pertenece, gracias al sabio dedo de Cristina capitana.
Peronistas del Conurbano a resignarse; los caciques y los capos sindicales del peronismo tradicional son, más que nunca, furgón de cola. (Adentro pero bien atrás y bien abajo, como el Aníbal Fernández post represión de la Policía Federal en el Parque Indoamericano, o el Daniel Scioli post operativo Garbriel Mariotto vicegobernador. Y si no te gusta, podés pegar un portazo al mejor estilo Carlos Verna.) Por lo visto, Tomás Moro estaba (está y estará) más cerca de Julio Piumato, Juan Carlos Schmid, Celso Jaque, Nicolás Fernández o José Pampuro de lo que cualquier mortal hubiera imaginado. Pero es una utopía que, por ser rancia y de cuarta, ha sido vetada por el regio e infalible entendimiento de Cristina.
Los proyectos de liberación nacional se encuentran, al día de hoy, tan sólo en manos de la Vanguardia Esclarecida prohijada por la jefa: cuadros jóvenes universitarios, revolucionarios cancheros, piolas y atractivos como Amado Boudou o Juan Manuel Abal Medina. Basta de utopistas gordos, morochos o impresentables: los Schoklender de este mundo, los Moyano o los D’Elía bien escondidos, por favor.

La revolución, por lo visto, también pasa por la estética.                     

Rejunte y coexistencia colectiva (dibujo en lápiz negro y carbonilla marrón)

Este dibujo interpela lo errático, el azar y la desconexión propios de la vida diaria, la vida como peso, como mochila, como aislamiento y rejunte, como aglomeración turbada y sin destino. Simboliza de algún modo nuestra coexistencia colectiva, que repta en su desorganización y carencia de fuentes de convivencia (en definitiva, una coexistencia no comunitaria).               
Los trazos rápidos y elípticos en lápiz buscan contenerlo todo, empaquetar el desorden. Casi fuera de ese juego elíptico un hombre con el rostro desfigurado, exhibiendo una gran corbata (es todo lo que tiene para ofrecer). Los retazos geométricos o geometrizantes se encuentran insertos en un universo estético un tanto áspero, claro y opaco.    



Los objetos y artículos incluidos evocan el inmenso hormiguero de las sociedades humanas, un caos ordenado, un orden caótico. La tensión o atracción del desorden está siempre ahí, latente: aletargada por momentos, su poder magnético siempre termina imponiéndose. Así, como brotando de la superficie los artículos usados y la mugre se yuxtaponen, se enciman. Finalmente, esas lámparas de escritorio o de mesita de luz, llenas de polvo, a la izquierda de la hoja, ajenas por completo al histrionismo del personaje central, que pretendo nos recuerde a los de Emilio Pettoruti.  

“La geometría de los objetos”. Dibujo en carbonilla.




Objetos inanimados y amontonados, como por obra de una gran marejada; la arena invisible los soporta, los reúne. La pirámide, formas indeterminadas, la pelota de acero y el individuo en el centro. Cuadro antropocéntrico e incógnito: una terra incognita, una especie de sistema planetario cuyos elementos orbitan rodeando al sujeto individual, misterioso como tabula rasa.
Observen su existencia en blanco; la potencia del todo, la totalidad del ser reunida en sus múltiples aspectos individuales, actuales y posibles. Un ser que plantea interrogantes, que escucha, que recibe y aprehende. Contemplativo, receptivo...
Quizá pasivo, retraído y ausente. No lo creo, me inclino por la primera opción: honda esencia producto de una existencia plena y brillante, tan responsable como creativa y original. Buzón de lo bueno y lo sabio, de serenidad y equilibrio; desapegado de todos nosotros, independiente pero inclusivo. Ser en comunión. La alteridad bien arriba, en plenitud.

lunes, 4 de julio de 2011

El poder del blanco-negro: artes plásticas versus realidad y praxis política


En política, la predilección por los contrastes marcados deviene en intolerancia y autoritarismo. La construcción política se vuelve entonces excluyente: los que se ubican en la otra vereda deben ser ignorados o maltratados; constantemente borrados del mapa, digamos. En cambio, la política constructiva y auténticamente democrática consagra los matices a partir del diálogo entre sectores sociales y políticos diversos; el respeto del adversario; una razonable búsqueda de consensos (es decir, la tendencia a la apuesta por juegos de suma positiva, tratando de evitar los juegos de suma cero); la aceptación de la alternancia en el poder como valor fundamental de todo sistema político democrático-republicano, y el rechazo de visiones refundacionales, milenaristas o mesiánicas.
Sin embargo, en las artes visuales ocurre todo lo contrario: los contrastes entre los colores claros y oscuros resulta vital, esencial. Toda variación estética y visual implica el despliegue de contrastes: los matices son necesarios, pero ocupan un lugar subalterno o complementario. La composición, la definición y la fuerza expresiva surgen de dichos contrastes. En este mismo sentido, el artista tiende a ser un idealista, un revolucionario, un individuo que plasma su credo (no importa cuál) con pasión y a veces con desenfreno, con un fervor cuasi místico y críptico, hermético en algunos casos.    
En la vida política civilizada el apasionamiento, el secreto y la insinuación deben encarrilarse mediante la razón y los límites propios de las instituciones de la democracia. En cambio, cuando el apasionamiento fundamentalista copa el accionar político, religioso o militar, el resultado no puede ser peor: ejemplos como el de las Cruzadas, la Inquisición, las guerras religiosas europeas de los siglos XVI y XVII, los imperialismos agresivos de distintas épocas y colores, la locura asesina y nihilista de los totalitarismos del siglo XX, todos ellos han sido fenómenos protagonizados por quienes se creyeron propietarios de la verdad y artífices de una misión nacional o religiosa transformadora y redentora (es decir, revolucionaria, más allá del contenido o dirección de dicha revolución).  
La locura creativa, el narcisismo, la transgresión, la pasión y la originalidad son condiciones -en muchos casos- necesarias del arte, sobre todo de las artes plásticas; pero estos mismos elementos son, generalmente de la mano de la paranoia, vectores de autoritarismo, odio, persecuciones y destrucción social e institucional en el ámbito de la política. Brego entonces por una política desapasionada, todo lo desapasionada que sea posible, hasta donde la pasión humana, la condición humana en definitiva lo permitan.       

"Esa mujer". Dibujo plano en carbonilla.


La mujer ubicada en el centro-derecha del dibujo exhibe su rostro doliente, símbolo de una vida intensa, apasionada y profunda. Aprisionada por inexorables desgracias, flaquea y se levanta, una y otra vez... Sus cabellos bien oscuros sintonizan con una vida muy simple, de posturas definidas y firmes. Blanco o negro; una vida sin matices, pero de una honestidad inquebrantable.


En el ángulo superior izquierdo vemos el perfil de un personaje no identificado. No sabemos nada de él: es probable que conozca a la mujer en cuestión; también es probable que se hayan querido alguna vez… Ahora la distancia entre ambas figuras es inmensa: aparecen juntas en un mismo espacio, en un mismo plano, pero se trata de un acercamiento efímero y accidental; en definitiva, aparente.    

Playa Bikini (serie “Manantiales”)




Dibujar es comunicar. En este caso busco mostrar, con cierta ironía, la eterna presencia del absurdo: la realidad es, en tal sentido, más absurda que las puestas en escena de Bertolt Brecht o Ionesco. La playa muchas veces es la nada, y cuanto más poblada más vacía: presencias ausentes; todos juntos y aislados a la vez…



Visión en lápiz negro de la Playa Bikini, en Manantiales, y de su trastienda edificada y espaldeada, en un día indeterminado del verano de 2003.









domingo, 3 de julio de 2011

Dibujo en carbonilla, perteneciente a la serie "Manantiales"

No se trata de un montaje, para nada. Asistimos a un paisaje, caro a mi propia historia: un pedazo de mi existencia y de mi memoria, se sitúa en esos arbustos, árboles y secretos de Manantiales, cerca de Punta del Este. Playas, amplias plataformas rocosas (digámoslo así) llenas de magia, casas, casitas, caserones y bosque, mucho bosque... Si bien mucho de esto (típico de Manantiales) no aparece en el dibujo (dibujo con vista al mar, con vista al cielo), al menos lo evoco con estas frases y palabras. 
El uso de la carbonilla facilita el despliegue de contrastes nítidos, y las obras en blanco y negro suelen transmitir simpleza y claridad. Tenemos aquí un paisaje frontal –digo frontal porque se trata de la vista desde el frente de nuestra casa de Manantiales-. Un frente permanente, siempre presente –o al menos subyacente-, tanto en mi retina como en mi mente cuando estoy allá.
Tierra quebrada, ventosa… un verde opaco, cactus, matorral, algún pino (el bosque de pinos se ubica detrás, tierra adentro digamos). Y, por último, en un umbral imaginario (visual), el poste de electricidad; las Terrazas de Manantiales (de ladrillo eterno: eterno y característico para mí, para mi memoria visual, claro, aunque ausentes en este dibujo); el mar manchado, oscuro y algo revuelto, la Isla de Lobos (regia, imperturbable, aguerrida) y un cielo liviano, levemente enrarecido.