martes, 15 de marzo de 2016

Breve historia de la oveja rioplatense



La época colonial

De acuerdo con el relato de Ricardo Luis Molinari en su Biografia de la pampa, el derrotero del ganado ovino en las tierras rioplatenses se remonta, en virtud del inicial periplo de Ñuflo de Chávez, al año 1549. En efecto, este conquistador español trasladó, desde el Perú hasta Asunción del Paraguay, el primer rebaño de ovinos de la raza ibérica Churra. En 1573, en tanto, el vasco Juan de Garay introdujo –desde Asunción del Paraguay- majadas en el sur del Litoral, al tiempo que fundaba la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. 
En 1580 y en ocasión de la segunda fundación de la ciudad de Buenos Aires, Garay trasladó los primeros rebaños para la campaña bonaerense (las tierras cercanas a la ciudad). Por otra parte, Juan Núñez del Prado llevó lanares, ese mismo año, a la región del Tucumán (noroeste y centro del actual territorio argentino). Por último, el año 1587 fue testigo del movimiento realizado por el adelantado del Río de la Plata Juan Torre de Vera y Aragón; los ovinos fueron llevados desde el Alto Perú hacia el Paraguay, y desde allí hasta las actuales provincias argentinas de Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires.


Características de la raza española Churra

Los ovinos de raza Churra, de buena alzada y cuerpo de porte mediano y alargado, presentan una característica pigmentación negra en las orejas, en el hocico y alrededor de los ojos. Se distinguen también por su cabeza alargada, sus patas finas y su lana lacia y escasa. Se trata de un animal muy vital, rústico, resistente y andador, totalmente adaptado a suelos escasos de alimento y a los rigores del clima continental, propio de las mesetas del interior de la Península Ibérica. Los rebaños suelen desplazarse por los cultivos cosechados, alimentándose de los restos de hojas y tallos; cuando es posible, se acercan a las zonas ribereñas en busca de una mayor cantidad de alimento.        
La carne de una cría de 25 días de vida, el llamado cordero lechal, es considerada como una de las más exquisitas de España. Además, la hembra churra produce una gran cantidad de leche de primera calidad (actualmente entre 129 y 240 litros en 120 días), y puede ser madre a partir de los catorce meses, con pariciones de dos a cuatro crías por año. La gestación, en tanto, es de aproximadamente cinco meses.


Ovejas ignoradas y descuidadas

Como España había prohibido la introducción de ovejas de raza fina Merino en América para retener, de ese modo, el monopolio en la comercialización de sus afamados vellones, todas las majadas ingresadas al Río de la Plata, en la segunda mitad del siglo xvi, pertenecían a la raza española Churra.
A diferencia de los distintos usos y cuidados del ganado ovino, propios de los países europeos, las comarcas del Río de la Plata mostraron un gran desinterés por estos animales. En la región del Litoral (las actuales provincias argentinas de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones), la explotación ganadera se concentró en la cría de ganado vacuno cimarrón (las reses deambulaban libremente por las inmensas praderas), y, a partir de la segunda mitad del siglo xviii, comenzaría a desarrollarse la cría ordenada de bovinos basada en la subdivisión de la tierra.            
En los campos bonaerenses, si bien el número de ovinos era mayor, éstos se encontraban en una situación de absoluto abandono. Las únicas regiones del Río de la Plata que mostraron un cierto desarrollo de la actividad lanar fueron las de Córdoba y Tucumán: allí la lana reemplazó al algodón como insumo principal de los telares domésticos, utilizados para la confección de tejidos.                          



Razones del abandono


Los primeros doscientos años de historia colonial se caracterizaron por un control monopólico, por parte de España, del comercio con sus dominios americanos; no era posible, por consiguiente, importar otras razas ovinas que mejoraran la calidad del ganado local, ni tampoco exportar la lana y la grasa disponibles.
Por otra parte, si se toma en cuenta que la colonización española fue en gran medida urbana, y que el mercado interno para los subproductos ovinos era casi inexistente –debido a la escasa población y a la gran disponibilidad de carne y leche de vaca-, puede comprenderse mejor la situación de desamparo de los rebaños.
Esta realidad solo cambiaría a partir de la fundación, en 1776, del Virreinato del Río de la Plata. Las reformas administrativas y una relativa apertura comercial, impulsadas por el rey Carlos III, favorecieron el desarrollo económico de la región y prepararon el terreno para una gran transformación de la ganadería ovina, que se iniciaría en la década de 1820.               
 

La llegada de planteles Merino

Según la descripción de Molinari, recién en 1794 se concretaría el primer ingreso de planteles de ovinos Merino. Se trató, por lo demás, de una iniciativa individual de Manuel José de Lavardén, notable precursor de la Revolución de Mayo y propietario, en ese entonces, de una estancia en la Banda Oriental, que quedaría trunca con su muerte en 1809.
El reemplazo del ganado de raza Churra por planteles de estirpe Merino hubo de iniciarse en 1813, por iniciativa de Thomas Lloyd Halsey, cónsul norteamericano en Buenos Aires. De todos modos, el principal responsable de la transformación de la ganadería ovina argentina fue Bernardino Rivadavia, quien en 1824 (dos años antes de ser nombrado presidente de la Nación) ordenó la importación de cien ejemplares Merino y de treinta animales de la raza inglesa South Down.

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