miércoles, 29 de marzo de 2017

La pampa se hace rica

Zanjas, cercos y alambrados en el Río de la Plata

Hasta bien entrado el siglo XVIII, la fértil llanura pampeana carecía de todo elemento efectivo de división y subdivisión de la propiedad de la tierra. El único antecedente en la materia, los mojones utilizados en su momento por los conquistadores, no impedía que las bestias introducidas desde la península ibérica vagasen libremente, en manadas, por las inmensas planicies rioplatenses. Se hablaba entonces del ganado alzado o cimarrón.
La ausencia de piedras y maderas, aptas para la construcción de cercos y vallados, inhibió el desarrollo de la producción agrícola a gran escala: la cría de animales y los cultivos se realizaban en pequeñas chacras suburbanas, frecuentemente invadidas y destruidas por manadas de ganado alzado. Esta situación, sumada a la creciente demanda europea de cueros, llevó a la generalización de las matanzas de vacunos, de los cuales también se extraía el sebo, conocidas popularmente como “vaquerías”. En consecuencia, hacia mediados del siglo XVIII el ganado vacuno se encontraba prácticamente extinto.

La lección de la historia

El primer país en experimentar una revolución agrícola, la Inglaterra del siglo XVIII, impulsó la transformación mediante sucesivas actas de cercado promulgadas por el Parlamento. Se generaría así una mayor concentración de la propiedad de la tierra, hasta entonces comunal o subdividida en pequeñas parcelas. Por otro lado, las leyes de cercamiento fomentaron la iniciativa individual, con mejoras en las técnicas de producción y un incremento de la productividad. La creciente tecnificación estimuló el desarrollo de diversas industrias (no sólo la vinculada a la maquinaria y herramientas agrícolas), entre otras razones por el cambio demográfico desencadenado: la mano de obra requerida en las zonas rurales disminuyó sensiblemente, acelerándose el proceso de urbanización y de crecimiento del número de trabajadores disponibles en las urbes.

Surgen las zanjas y cercos vivos

Frente a la escasez de ganado cimarrón, las primeras décadas del siglo XVIII exhibieron en el Río de la Plata un tímido desarrollo del zanjado, con las primeras propiedades delimitadas de un modo razonablemente eficaz (en el siglo XIX llegarían, por ejemplo, varios contingentes de zanjeadores irlandeses). Para optimizar resultados, en el centro del terreno elegido se solía clavar un poste o palenque, utilizado por el ganado para frotarse y rascarse, generándose el llamado “aquerenciamiento” del animal con el lugar.
El siglo XVIII fue testigo, además, de la irrupción de los cercos vivos, constituidos por plantas espinosas, especialmente tunas y talas, como aquel montado por Tomás Grigera (1755-1829) para vallar su célebre chacra modelo, ubicada en tierras del actual partido bonaerense de Lomas de Zamora.
A diferencia de lo que ocurría en la llanura pampeana y en el Litoral, el noroeste del actual territorio argentino –rocoso, montañoso y de dispar fertilidad- se benefició con el levantamiento de los denominados picardos (muros de piedra y argamasa).

La revolución del alambrado

La utilización, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, de cercos construidos con postes de ñandubay (árbol litoraleño de maderas duras e imperecederas bajo tierra) y alambres de hierro –con posterioridad se utilizaría el acero-, llamados comúnmente alambrados, significó el inicio de una profunda transformación del paisaje geográfico, social y económico de la pampa.
Se trató de una verdadera revolución agraria, que convirtió a la Argentina en uno de los principales países agro-exportadores (especialmente cereales y carnes) del mundo. En materia pecuaria, por ejemplo, el alambrado facilitó la cruza planificada de haciendas mediante el uso de sementales seleccionados, y contribuyó también a un mejoramiento cualitativo de las pasturas.
El principal efecto del empleo del alambrado fue la delimitación de grandes estancias, con la consecuente expansión de la fronteras productivas, gracias al previo establecimiento de los fortines, encargados de contener las incursiones de los malones indígenas. Sin embargo, hacia 1860, la proliferación desordenada de alambrados amenazaba con entorpecer la normal circulación de personas y mercancías en el interior del país; correspondió al entonces presidente de la nación, Bartolomé Mitre, impulsar la legislación necesaria para reglamentar y organizar el alambrado de estancias.

Pioneros de alambres y púas

El primer alambrado argentino del que se tenga noticia fue utilizado, en 1846, por un inglés “acriollado” llamado Richard B. Newton, para delimitar la huerta de su estancia Santa María, situada en el actual partido bonaerense de Chascomús. Asimismo, en 1855 el Cónsul honorario de Prusia en Buenos Aires, don Francisco Halbach, decidió alambrar la totalidad perimetral de su estancia Los Remedios, ubicada en lo que hoy es el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.
Por último, en 1878 Mariano Zambonini fue el primero en exhibir, en la Exposición Rural de Palermo, los alambres de púa (su utilización no se generalizaría hasta diez años después, debido a la resistencia que inicialmente generó la remota posibilidad de que dañaran a los animales) que miles de inmigrantes vascos, especializados en el oficio de alambradores, se encargarían de desplegar por los campos argentinos.

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