La alteridad nos enriquece
En política, la
conducta de un líder narcisista resulta hondamente deletérea, y la gravedad de sus consecuencias
depende, entre otras cosas, del estado de maduración de la sociedad en cuestión. Así, el discurso y
el accionar autorreferenciales son causa de decisiones políticas mezquinas,
mediocres, y muchas veces tóxicas. La actitud contraria, aquella que tiene en
cuenta al “otro”, al que piensa distinto, al que tiene intereses diferentes,
permite el despliegue dialéctico; es decir, el encuentro y la reunión de lo
diverso, y el consecuente enriquecimiento intelectual, espiritual y material de las partes involucradas.
En su obra La condición reflexiva del hombre judío,
Robert Mizrahi analiza las conductas del judío asimilado, del judío ortodoxo y del judío antisemita. Todas ellas son producto de diversos movimientos
reflexivos, que estriban en distintas consideraciones de lo “otro” –en este caso, la sociedad
que recibe al inmigrante judío y que actúa como contorno-. Esto significa que
la reflexión, aunque parezca contradictorio, no siempre es verdaderamente reflexiva. De esta forma, cuando
dicho movimiento (anímico y mental) genera conductas moralmente reprochables o inadmisibles –como en el caso del
judío antisemita-, puede hablarse de una reflexión dañina, negativa, irreflexiva.
Una ética de la reflexión
El desdoblamiento
más auténtico, más espontáneo, implica una sana y generosa preocupación por la alteridad, por la otredad. En cambio, la reflexión amoral o irreflexiva impulsa un
comportamiento endogámico centrado en el “yo” y en el “nosotros”, que tiende a
ser violento, sectario y miope.
Ejemplo acabado
de una ética de la reflexión y de grandeza espiritual, el liderazgo de Nelson
Mandela en Sudáfrica (liberado en 1990 después de 27 años de dura prisión, y luego
presidente y notable estadista de aquel país), lejos de
cualquier ánimo revanchista frente a la cruel opresión ejercida por la minoría
blanca, se orientó a reconciliar a la sociedad, abogando por desarmar el temor (y el
odio) de los negros hacia los blancos y viceversa. Frente al recurso fácil (pero
destructivo) de la utilización política del pasado, el líder sudafricano optó
por la ardua tarea de mostrar y construir un futuro compartido para su patria.
En las antípodas
de Mandela, la tarea de gobierno y de conducción política ejercida por el
matrimonio Kirchner se nutrió de una sistemática negación o ninguneo del
adversario, del diferente. Posteriormente, cuando la adversidad se hizo más
amplia y más profunda, la negación pasó a incluir a la realidad toda. Se
comprenden, entonces, las reiteradas alusiones de Cristina Fernández a la
construcción de un relato por parte de los medios de comunicación críticos y de
la oposición política, supuestamente vinculado a una Argentina “virtual”. El
país “real” era, para Cristina Fernández, una panacea: sin inflación, sin
inseguridad ciudadana, sin inseguridad jurídica, sin deterioro de la
infraestructura física, sin corrupción, sin pobres ni indigentes, sin déficit
fiscal ni comercial, ejemplo de convivencia democrática y republicana…
La reflexión amoral o irreflexiva
Sin embargo el
país virtual, negado hasta hace poco tiempo por el kirchnerismo, se parece
mucho al país real; aunque ahora, ubicados en la vereda opositora, vociferan el
desastre que parece haber irrumpido de un día para el otro, según dicen, por
culpa de las decisiones tomadas por el gobierno de Macri. Es bueno recordar que
esta gran invención y manipulación de la realidad tuvo, como mojón sobresaliente,
la destrucción del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Dicha demolición implicó, literalmente, la negación de buena parte de la realidad
social y económica argentina. Ni siquiera la última dictadura militar, sin duda un régimen
sanguinario, opresor e indefendible, se atrevió a eliminar las estadísticas socioeconómicas oficiales.
Un hecho paradójico, si se tiene en cuenta que el terrorismo de Estado de
aquellos años estuvo cimentado en un accionar represivo decididamente clandestino
e ilegal.
En definitiva, la
creciente negación y manipulación de la realidad, la utilización política del
pasado (especialmente lo ocurrido en los
años 70) y la constante construcción de antinomias, propias del ciclo político finalizado en diciembre de 2015, han
sido producto de jefaturas –creo que hoy día los liderazgos
propiamente dichos deben exhibir una naturaleza diferente- asentadas en una reflexión sin ética
ni escrúpulos. Situaciones o problemas que a Cristina Fernández le resultaban desagradables o desafiantes, eran muchas veces decretados
inexistentes, carentes de entidad. En el mismo sentido, aquello diferente o problemático que por alguna razón alcanzara una existencia
visible –por momentos la oposición o la prensa, por ejemplo-, formaba parte de una conspiración
maldita, antinacional y antipopular, enderezada (cuándo no) a fundir y reventar
el país.
Lo que viene
Si bien algunas
decisiones iniciales de Mauricio Macri pueden haber sido desafortunadas o
discutibles, el rumbo general de su gobierno se orienta –a mi juicio- en el sentido correcto,
y el diálogo político-institucional e intersectorial ha revivido después de
doce años de ausencia. No admitir que esto y otras diferencias –con
relación a la etapa recientemente terminada- significan un gran avance, en
términos de calidad democrática y convivencia ciudadana, me suena a necedad o mala fe. Aunque todavía es muy temprano para
extraer conclusiones más o menos firmes, hay motivos certeros para el optimismo.
Diálogo, diálogo
y más diálogo, con todos aquellos que muestren buena voluntad –desde el sindicalista Pablo
Micheli hasta el empresario agroindustrial Gustavo Grobocopatel-, no
importan las ideas o el interés sectorial que representen, en tanto respeten los límites
fijados por la democracia y el Estado de derecho. Sólo el diario reconocimiento
del otro –tanto en los niveles dirigenciales como en el llano de la ciudadanía
en general- nos hará libres. Reflexión,
ética pública y solidaridad para reconquistar un destino como comunidad, con la verdad a mano por
más dura que sea, sin sectarismos pero tampoco privilegios ni impunidad para
nadie.
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