lunes, 14 de marzo de 2016

La importancia del liderazgo político reflexivo


La alteridad nos enriquece

En política, la conducta de un líder narcisista resulta hondamente deletérea, y la gravedad de sus consecuencias depende, entre otras cosas, del estado de maduración de la sociedad en cuestión. Así, el discurso y el accionar autorreferenciales son causa de decisiones políticas mezquinas, mediocres, y muchas veces tóxicas. La actitud contraria, aquella que tiene en cuenta al “otro”, al que piensa distinto, al que tiene intereses diferentes, permite el despliegue dialéctico; es decir, el encuentro y la reunión de lo diverso, y el consecuente enriquecimiento intelectual, espiritual y material de las partes involucradas.
En su obra La condición reflexiva del hombre judío, Robert Mizrahi analiza las conductas del judío asimilado, del judío ortodoxo y del judío antisemita. Todas ellas son producto de diversos movimientos reflexivos, que estriban en distintas consideraciones de lo “otro” –en este caso, la sociedad que recibe al inmigrante judío y que actúa como contorno-. Esto significa que la reflexión, aunque parezca contradictorio, no siempre es verdaderamente reflexiva. De esta forma, cuando dicho movimiento (anímico y mental) genera conductas moralmente reprochables o inadmisibles –como en el caso del judío antisemita-, puede hablarse de una reflexión dañina, negativa, irreflexiva.


Una ética de la reflexión

El desdoblamiento más auténtico, más espontáneo, implica una sana y generosa preocupación por la alteridad, por la otredad. En cambio, la reflexión amoral o irreflexiva impulsa un comportamiento endogámico centrado en el “yo” y en el “nosotros”, que tiende a ser violento, sectario y miope.
Ejemplo acabado de una ética de la reflexión y de grandeza espiritual, el liderazgo de Nelson Mandela en Sudáfrica (liberado en 1990 después de 27 años de dura prisión, y luego presidente y notable estadista de aquel país), lejos de cualquier ánimo revanchista frente a la cruel opresión ejercida por la minoría blanca, se orientó a reconciliar a la sociedad, abogando por desarmar el temor (y el odio) de los negros hacia los blancos y viceversa. Frente al recurso fácil (pero destructivo) de la utilización política del pasado, el líder sudafricano optó por la ardua tarea de mostrar y construir un futuro compartido para su patria.
En las antípodas de Mandela, la tarea de gobierno y de conducción política ejercida por el matrimonio Kirchner se nutrió de una sistemática negación o ninguneo del adversario, del diferente. Posteriormente, cuando la adversidad se hizo más amplia y más profunda, la negación pasó a incluir a la realidad toda. Se comprenden, entonces, las reiteradas alusiones de Cristina Fernández a la construcción de un relato por parte de los medios de comunicación críticos y de la oposición política, supuestamente vinculado a una Argentina “virtual”. El país “real” era, para Cristina Fernández, una panacea: sin inflación, sin inseguridad ciudadana, sin inseguridad jurídica, sin deterioro de la infraestructura física, sin corrupción, sin pobres ni indigentes, sin déficit fiscal ni comercial, ejemplo de convivencia democrática y republicana…


La reflexión amoral o irreflexiva

Sin embargo el país virtual, negado hasta hace poco tiempo por el kirchnerismo, se parece mucho al país real; aunque ahora, ubicados en la vereda opositora, vociferan el desastre que parece haber irrumpido de un día para el otro, según dicen, por culpa de las decisiones tomadas por el gobierno de Macri. Es bueno recordar que esta gran invención y manipulación de la realidad tuvo, como mojón sobresaliente, la destrucción del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Dicha demolición implicó, literalmente, la negación de buena parte de la realidad social y económica argentina. Ni siquiera la última dictadura militar, sin duda un régimen sanguinario, opresor e indefendible, se atrevió a eliminar las estadísticas socioeconómicas oficiales. Un hecho paradójico, si se tiene en cuenta que el terrorismo de Estado de aquellos años estuvo cimentado en un accionar represivo decididamente clandestino e ilegal.   
En definitiva, la creciente negación y manipulación de la realidad, la utilización política del pasado (especialmente lo ocurrido en los años 70) y la constante construcción de antinomias, propias del ciclo político finalizado en diciembre de 2015, han sido producto de jefaturas –creo que hoy día los liderazgos propiamente dichos deben exhibir una naturaleza diferente- asentadas en una reflexión sin ética ni escrúpulos. Situaciones o problemas que a Cristina Fernández le resultaban desagradables o desafiantes, eran muchas veces decretados inexistentes, carentes de entidad. En el mismo sentido, aquello diferente o problemático que por alguna razón alcanzara una existencia visible –por momentos la oposición o la prensa, por ejemplo-, formaba parte de una conspiración maldita, antinacional y antipopular, enderezada (cuándo no) a fundir y reventar el país.                                    


Lo que viene

Si bien algunas decisiones iniciales de Mauricio Macri pueden haber sido desafortunadas o discutibles, el rumbo general de su gobierno se orienta a mi juicio- en el sentido correcto, y el diálogo político-institucional e intersectorial ha revivido después de doce años de ausencia. No admitir que esto y otras diferencias con relación a la etapa recientemente terminada- significan un gran avance, en términos de calidad democrática y convivencia ciudadana, me suena a necedad o mala fe. Aunque todavía es muy temprano para extraer conclusiones más o menos firmes, hay motivos certeros para el optimismo.
Diálogo, diálogo y más diálogo, con todos aquellos que muestren buena voluntad –desde el sindicalista Pablo Micheli hasta el empresario agroindustrial Gustavo Grobocopatel-, no importan las ideas o el interés sectorial que representen, en tanto respeten los límites fijados por la democracia y el Estado de derecho. Sólo el diario reconocimiento del otro –tanto en los niveles dirigenciales como en el llano de la ciudadanía en general- nos hará libres. Reflexión, ética pública y solidaridad para reconquistar un destino como comunidad, con la verdad a mano por más dura que sea, sin sectarismos pero tampoco privilegios ni impunidad para nadie.

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