Nápoles, viernes 7 de agosto de 1970
Estimada Norma,
Las cosas cada vez más inciertas aquí en Napoli.
Inciertas para mí, desde luego; una incertidumbre plenamente subjetiva: todo lo
observo gris, me cuesta enormemente salir de la dispersión a la que me llevó el
agotamiento intelectual. Pero era necesario, me había juramentado concluir la
biografía -¡qué lindo género, por Dios!- y la serie de cuentos a los que hice
mención cuando te despedí en el aeropuerto. Como te decía, mi fatiga psíquica,
potenciada por un calor pegajoso que me cuesta sobrellevar, afloja un poco
cuando bajo hasta la Riviera Di
Chiaia, buscando algo de brisa mediterránea.
De todos modos, me consuelo con abundante pasta,
con almejas (el denominado spaghetti a
vongole), que me fascinan, o con carne (sobre todo maccheroni al ragú), siempre lubricada con vinos napolitanos
blancos o rosados. Hay unos vinos rosados maravillosos; a veces, en mi guarida
–de la que te hablaré más adelante-, ni siquiera me preocupo por enfriarlos, de
tan elevada su calidad y tan estructurados sus cuerpos.
En realidad te escribo porque estoy muy
preocupado, preocupado por tu salud: Alejo me llamó por teléfono hace unos días, para decirme
que la pasaron muy bien allá en Innsbruck, y que incluso tuvieron tiempo para
pasar unos días en Graz, donde visitaron a tu primo (el afamado doctor Ramiro
Frías Llorente, personalidad formal si las hay…). ¿Cómo anda Ramiro, que
cuenta? Hace muchísimo tiempo que no sé nada de él, más o menos desde la
segunda época del Nacional Buenos Aires, imaginate…
Volviendo al punto que me impulsó a enviarte
estas líneas, la verdad es que la voz de Alejo era grave, sombría, propia de
quien se expresa en el tono, limitando las palabras, la información concreta…
No quise indagar, dejé que él se explayara a su manera. Ya no busco cambiar a
nadie. Me dijo, eso sí, que seguís fumando en forma incontrolada, atados y
atados diarios de esos cigarrillos negros… ya no me acuerdo la marca. Ahora
quiero que vos me cuentes realmente qué es lo que te pasa; si es algo pulmonar,
qué gravedad tiene, de que tipo de afección se trata.
Estoy lejos de todos, las idas y vueltas
políticas en la Argentina
me tienen entre angustiado y deprimido. Fijate, Onganía tenía el mejor
gabinete, con gente muy preparada para llevar adelante una administración
eficiente de los asuntos públicos, y terminó de muy mala manera. No sé que
pensar, no vislumbro una salida clara. Encima las noticias llegan a cuenta
gotas; tengo que hacer malabarismos para, usando ese cocoliche porteño-italiano
-el dialecto napolitano es incomprensible- que fui desplegando naturalmente, proveerme de diarios, revistas y cualquier
otro medio que me sirva para mantenerme informado de lo que ocurre allá.
Jorge, Amadeo Llambías, todos me dicen que el error de los militares es no ponerse lo suficientemente firmes, que el desorden, que Perón incitando desde Madrid, qué se yo… No sé si no es hora de abrir el juego –ojalá alguien se lo plantee a este Levingston, que tiene las riendas ahora-. Ya sé, me vas a decir que al final soy peronista, que hay que terminar de una buena vez con todo aquello…
Jorge, Amadeo Llambías, todos me dicen que el error de los militares es no ponerse lo suficientemente firmes, que el desorden, que Perón incitando desde Madrid, qué se yo… No sé si no es hora de abrir el juego –ojalá alguien se lo plantee a este Levingston, que tiene las riendas ahora-. Ya sé, me vas a decir que al final soy peronista, que hay que terminar de una buena vez con todo aquello…
Te respondo que no, que no soy peronista;
pero no me entusiasma para nada la idea de profundizar en el blanco-negro. Si,
estoy de acuerdo, hay que terminar con todo aquello, pero, ¿cuál es la mejor
manera de dar una vuelta definitiva de página?, ¿no será acaso tratando de
buscar alternativas de conciliación? Me dirás que no se puede, que en tal caso
nos pasarán por arriba, que entonces Perón vuelve y se acabó.
El tema me agota
Norma; me encanta, me apasiona y me agota a la vez. ¡Qué bueno sería poder
resolver estos dilemas nacionales con una simple fórmula matemática o
estadística! Alguna cifra esotérica de esas que tanto le gustan a Borges…
Cuando no puedo dormirme abandono mi
habitación, amarilla, amarillenta mejor dicho, malamente ventilada y por lo
tanto viciada en cuanto a sus aires, con una mesa rústica de madera que me
recuerda los mundos rurales de nuestra tierra, lejana, sí, aunque dentro mío su
presencia sea total, constante: lejanía geográfica, nada más ni nada menos.
Mesa llena de papeles, papeles sueltos y cuadernos que escribo, que reviso,
corrijo, reacomodo. Lápices y libros, libros desparramados por todo el cuarto,
libros ocupando buena parte del vestíbulo, y una maquina de escribir Underwood
sostenida por un túmulo de periódicos de procedencia diversa, que fui
recolectando en estos años.
Te decía entonces, las noches de insomnio me
empujan al exterior: camino, camino a más no poder, y mi juego consiste en
echar un vistazo a la fachada o a la silueta de cada una de las iglesias con
que tropiezo (aquí hay cientos y cientos de iglesias, es increíble). Por otra
parte –probablemente lo sepas, habida cuenta de esa cultura amplísima y
escondida que cobijás en tu interior-, me intriga muchísimo este subsuelo lleno
de volcanes: en esta zona hay un volcán diminuto a cada paso, más allá del
Vesubio, que no me dice nada, dándome la impresión de lo evidente, de un cerro
aburrido y devaluado (no creo que los napolitanos lo hayan subestimado de la
misma manera en 1944, cuando despertó por última vez con esa furia destructiva
que le dio fama a lo largo de la historia, pero esa es harina de otro
costal).
Suficiente por esta vez, estoy cansado, el
verano italiano me postra un poco.
Ahora te toca a vos, Norma: contame en qué
andás, ponete a escribir, si la salud te lo permite. Aguardo reminiscencias
de tus años tiroleses. Espero, de todo corazón, que te mejores, y te pido que
te cuides.
Cariños,
Roberto.