lunes, 27 de julio de 2020

Nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes

Nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes (somos como enanos aupados a hombros de gigantes)

(Frase atribuida por Juan de Salisbury a Bernardo de Chartres, filósofo del siglo XII)

Podemos aprender mucho de los antiguos; ellos crearon en el sentido más sublime del término, estableciendo criterios y pilares que le darían sentido y bases sólidas a todo el pensamiento posterior. Hoy día se habla en pedagogía de la necesidad de reconciliar disciplinas distanciadas unas de otras; es decir, de construir ejes temáticos o módulos interdisciplinarios o incluso transdisciplinarios. Se trata, entre otras cosas, de generar un diálogo que enriquezca a las diferentes materias que entran en contacto a partir de estos abordajes, permitiendo además una comprensión más global de los fenómenos estudiados.
De esta forma, el objeto material (en este caso el hombre) compartido por varias ciencias sociales (la sociología, la antropología, la ciencia política, las ciencias históricas, etcétera) se rodea de una pluralidad de objetos formales de estudio (el ser humano en sus distintos roles y condiciones, en términos individuales y colectivos). A su manera, estas operaciones –que involucran no sólo a pedagogos sino también a investigadores de las más diversas disciplinas- eran realizadas espontáneamente por los pensadores de la Antigüedad, que combinaban filosofía y poesía, mística y matemáticas (los pitagóricos constituyen en este último caso el mejor ejemplo) y un largo etcétera, que atraviesa siglos y milenios. Y a propósito de esta travesía histórica de la genialidad y de la creatividad humanas, de más está decir que los estudios y actividades multifacéticos continuaron durante la Edad Media y el Renacimiento, especialmente durante esta última etapa, con Leonardo Da Vinci como máximo exponente. 
Sólo a partir de la Revolución Industrial del siglo XIX, de la mano de los fenomenales avances científicos y técnicos, la especialización (entendida como la materialización del positivismo y del cientificismo) teórica y práctica progresaría hasta un punto de no retorno, por decirlo así, fructífero en miles de aspectos pero, a la larga, contraproducente a la hora de fomentar la originalidad, la autenticidad e inclusive la honestidad propias de la condición humana en el mejor sentido del término. Qué quiero decir con esto: que la excesiva especialización puede llevar a un proceso de deshumanización –tan analizado por Ortega y Gasset o, desde una postura diferente, por la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt-, signado por la degradación de las valores éticos y morales propios de la tradición judeocristiana.            

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