viernes, 5 de marzo de 2021

Viaje a través del espacio-tiempo, de Buenos Aires a Viena. Un encuentro con Wittgenstein.



Me senté en el asiento delantero de la cápsula intergaláctica y transhistórica, bebí inmediatamente el cóctel farmacológico indicado para estos trances y, luego del vacío espacio-temporal subsiguiente, esa página en blanco característica de las trayectorias diacrónicas sin solución de continuidad, desemboqué en la Viena de 1919. Mi encuentro con Ludwig Wittgenstein se produjo en el Palacio Imperial de Hofburg, en una sala generosamente iluminada por cuatro arañas inmensas de cristal de Bohemia y de cristal de roca, una mesa muy larga con bordes de cobre o bronce oscuro, y sillas de madera de nogal estilo Biedermeier (todos estos encuentros no tienen nada de azaroso; están previstos y programados por el meta-software que se utiliza en estos casos, que es capaz de reformular el entramado causal o secuencial de los hechos que, por fuerza de las circunstancias, derivan en el acontecimiento en cuestión; una realidad paralela, en definitiva).

-Estimado maestro, mi nombre es Salvador Fillol, soy argentino -Wittgenstein, un Wittgenstein muy joven, que ni siquiera aparentaba los treinta años que tenía en aquel entonces, me miraba fijo, tenia una mirada aguda y un rostro de expresión franca, frontal-. Vengo del futuro, del siglo XXI. Hace muy poco estrenamos la navegación intertemporal, contamos con un mapa (tetra-dimensional o plano, los dos sirven) que representa cada viaje sincronizando las coordenadas espaciales y temporales: puede consultarse en las pantallas de nuestros celulares o notebooks… Pudimos desarrollar estos trayectos a partir del rescate de las teorías de la relatividad de Albert Einstein; usted lo conoce de sobra, un contemporáneo suyo, no hace falta que lo aclare. Bueno, de todos modos, no quiero marearlo con cuestiones tecnológicas que obviamente lo exceden, pero créame que vengo de muy lejos…

-No se esfuerce por convencerme; nosotros, los austríacos, nos llevamos bien con la realidad. Tenemos una mirada clara de las cosas, cristalina como el aire de los Alpes. Entiendo que usted no es de aquí; su aspecto es latino, usted podría ser vasco, o del sur de Francia… argentino me dijo. Claro, esas planicies sudamericanas albergan una gran mixtura, orígenes de lo más diversos, un poco como nuestra Österreichisch-Ungarische Monarchie, que acaba de disolverse, un Estado imperial multinacional complejo, contradictorio. Siglos, siglos de política imperial venidos abajo en un instante: seis siglos, diez siglos si usted quiere.

El aire luminoso, perfumado en su travesía danubiana presionaba el inmenso ventanal, que hacía juego con la mesa, también enorme, larguísima. Wittgenstein y yo sentados a la mesa (pensé en ese momento en las mesitas de café de Almagro y Palermo, donde cada cliente es único, inigualable, personas jóvenes o viejas que arrastran una ética, una estética, un estilo, una fobia, una receta para solucionar la vida entera, una mayor o menor palidez…). Pero se trata de una mesa gigantesca, de una madera opaca y brillosa, y estoy muy lejos de Buenos Aires y de 2019.

Cien años no es nada, me digo a mí mismo. Me sorprende haber retrocedido cien años exactos y sentir la presencia de Wittgenstein tan actual, tan viva. Sé que la ética es un tema central en su obra, y también sé que él ha sido extremadamente consecuente a la hora de llevar la ética a la conducta individual, al punto de renunciar a su herencia paterna, una fortuna sin igual. Ahora mismo, en 1919, está repudiando esa herencia millonaria, y de pronto me doy cuenta de mi obligación de aclarar las cuestiones técnicas referentes a estos viajes que, recorriendo a velocidad supersónica tanto la órbita planetaria alrededor del sol, en sentido contrario (una órbita completa por cada año hacia atrás), como también los usos horarios del planeta tierra en un sentido este-oeste, logran revertir la progresión anual-estacional y horaria normal para transformarla en una regresión paranormal, porque de eso se trata.

-Wittgenstein, antes que nada, quiero aclarar ciertas cuestiones para evitar malentendidos: toda la información posterior a este día de 1919, al día de hoy, que surja a partir de nuestra conversación será completamente eliminada de su mente cuando usted beba, antes de la finalización de nuestro encuentro, este coctel farmacológico especialmente diseñado para tal fin -mientras digo esto le muestro a Wittgenstein un frasquito verde con la medida o dosis exacta que debe ingerir-. Tiene gusto a menta y no tiene contraindicaciones o efectos adversos, y sólo se limita a eliminar de su memoria la información posterior al momento exacto en que usted y yo dejemos de estar juntos. Usted seguirá siendo el mismo filósofo brillante que es y que ha sido, me entiende…

-Lo entiendo perfectamente. Supongo que de esta manera se preserva la secuencia original de los hechos, las parcelas de encadenamientos causales, para evitar la alteración, no de lo posible o potencial, que es infinitamente múltiple y que no puede ser alterado, sino de los acontecimientos concretos, tal como se desplegarán durante los próximos cien años, la distancia entre mi mundo y el suyo. A propósito de los límites de mi mundo, de los límites de su mundo, me llama la atención la naturalidad de nuestra conversación; su inglés es bastante aceptable, casi atemporal… Bueno, no debería sorprenderme, la lógica del lenguaje es precisamente atemporal, se asimila a la lógica del pensamiento y, finalmente, ambas se homologan a los mecanismos que explican el funcionamiento de la realidad externa al sujeto. Aunque esa realidad me interesa poco, el nóumeno del que hablaba Kant; mis reflexiones se centran por el contrario en los fenómenos, la realidad interna del individuo, ese es el único mundo que tiene significación, relevancia: mi propio mundo, su propio mundo.

-En mi caso la realidad externa al sujeto me intriga sobremanera, porque nos afecta a cada instante…

-Naturalmente -Wittgenstein me interrumpe dando muestras de cierto fastidio, lo noto algo inquieto-, ¿quién dijo lo contrario? Simplemente la cosa consiste en el énfasis que se ponga en una u otra. Los hechos externos al sujeto son significativos en la medida en que lo afecten e involucren, ahí sí es pertinente analizar series históricas, cadenas causales o entramados.

-Claro. Volviendo al tema de la homologación entre las estructuras reales y las formales, digámoslo así, me fascina lo que ocurre con las matemáticas, ¿a usted no? Una disciplina en condiciones de representar la realidad con una fidelidad casi absoluta, de explicarla, mostrarla… no me alcanzan las palabras para expresar estas ideas… Piense simplemente en una fórmula matemática y en su aplicación práctica, en las fórmulas químicas o físicas, por ejemplo. Es algo casi milagroso…

Wittgenstein se reacomoda en su silla, acerca las solapas de su bléiser azul y apoya ambos codos en la mesa. Luego inclina la cabeza hacia su derecha, sosteniendo la boca con el puño derecho. Primero tiene la mirada perdida, y después la fija en un punto, un punto imaginario suspendido a unos treinta o cuarenta centímetros de altura con respecto al centro de la superficie de la mesa, o al menos esa es la conclusión a la que arribo mientras lo miro. Ahora gira su mirada hacia mí, con aire disgustado.

-¿Qué sentido tiene todo esto? Usted y yo estamos poniendo la realidad entre paréntesis… ¿Qué estamos haciendo? ¿Suprimiendo nuestras realidades, sustituyéndolas por otras? Ustedes, los hombres de su siglo, han decidido violentar el decurso del mundo, el devenir, la serie histórica, el destino. No me parece razonable ni digno. ¿Qué me queda a mí y a mis congéneres de su experimento? Ahora estoy obligado a tomar ese fármaco para sobrevivir. Si no lo hiciera perdería completamente el eje de mi existencia…

-Usted tiene razón Wittgenstein, los hombres y mujeres de mi siglo hemos transgredido todos los límites habidos y por haber: el abuso de las clonaciones y de la medicina regenerativa, al punto de coquetear con la inmortalidad; el avance desmesurado de la robótica, con autómatas que se confunden con seres humanos, o con vehículos autónomos que llevan la comodidad individual al extremo; la depredación de los recursos naturales y sus múltiples consecuencias, como por ejemplo el cambio climático o la contaminación del aire y del suelo. Usted ni se imagina…

-Pareciera que tienen todo resuelto, con semejante arsenal de técnicas, tecnologías, datos, la vida debe empobrecerse mucho, ¿no es cierto? Sospecho que se trata de una existencia extremadamente materialista y dependiente, de densas interconexiones telegráficas o de otro tipo, de todo tipo, no sé. ¿Y la aceleración, la potencia de los motores? Eso debe ser formidable.

-Nuestro mundo es una aldea global, un planeta interconectado en todos los planos y ámbitos imaginables. Las conexiones ya no son telegráficas, y la radiofonía es casi una pieza de museo. No quiero enumerar los avances en materia de telecomunicaciones, de tecnologías de la información o de transportes, ¿para qué inventariar, si de todos modos nuestra charla quedará en la nada? Por otra parte, no se enoje conmigo, le prometo que haré lo mismo que usted: cuando regrese a la Buenos Aires de 2019 tomaré la misma dosis del frasquito verde y olvidaré todo lo que usted me diga durante este encuentro. Sólo tendré un recuerdo vivo de su rostro, de su figura. Lo único que haré antes de ingerir el coctel farmacológico será escribir algo, unas anotaciones, nada más, y usted puede hacer lo mismo, si quiere.

-Al final -Wittgenstein, Ludwig Josef Johann Wittgenstein suspira largamente, mira el techo altísimo de la sala, como mirando el cielo y da vuelta hacia arriba las palmas de las manos, como en una plegaria o rezo-, lo importante de este encuentro ha sido el encuentro en sí, usted y yo, tan distantes y tan cercanos… el encuentro. Y sobre este encuentro, sobre la esencia de este encuentro es mejor callar, porque es inefable, ¿sabe? Que debamos olvidar todo el contenido informativo de nuestra charla no tiene la menor importancia, lo importante es lo que no hemos dicho, aquello que no se analiza ni razona, aquello que trasciende los límites de la lógica, del lenguaje, de la filosofía incluso. Aquello que, en definitiva, trasciende inclusive los límites de su experimento tecnológico.

-Yo me quedo con algo de usted, y usted se queda con algo de mí, y ese es un hecho inevitable, más fuerte que el fármaco del frasquito verde, más fuerte que estos cien años de distancia y de sucesivas revoluciones tecnológicas…

-Es así, señor Filleul… no, ¿Fiyol me dijo?

-Si, tal cual, se pronuncia Fiyol. Es un apellido de origen catalán, Fillol. Pero nosotros, en el Río de la Plata, tenemos una pronunciación muy particular, yeísmo rioplatense le dicen, así que nuestra pronunciación no es la catalana ni tampoco la española.

-Interesante… Señor Fillol, es hora de dar término a este paréntesis de nuestras vidas. No me explique nada, no quiero detalles técnicos ni ninguna otra información relativa a su viaje de regreso. No se distraiga ni retrase, mire que el alma atormentada de Isabel de Baviera, la emperatriz Sissi, nos supervisa desde algún rincón. Usted a sus cosas y yo a las mías: es necesario reducir la materialización del contrafáctico a su mínima expresión, encapsularla. Pero me voy a permitir transgredir los procedimientos previstos para neutralizar la alteración del transcurrir histórico, y voy a regalarle esta lapicera gris, siempre y cuando se comprometa a no mostrársela a nadie, no la describa tampoco ni nada por el estilo. Lamento que no pueda usted caminar un poco por el barrio céntrico, el Innere Stadt, que es la zona vieja además; pero no, no se exponga, vuélvase a su casa de una vez.

-Muchas gracias Ludwig -no tenía pensado llamarlo por su nombre, pero lo hice; me embargaba una emoción intensa, una conmoción: Wittgenstein me resultaba de pronto muy familiar, un aire de familia lo invadía todo, no entiendo porqué-, yo también le voy a dar algo, mejor dicho, le voy a dar varias cosas.

Acto seguido comencé a exhibir los siguientes objetos, simplemente mencionándolos y ubicándolos en el borde de la mesa, sin incluir ninguna descripción o explicación asociada a cada uno de ellos: una birome Bic azul, un banderín de Platense de 1967, un ejemplar de la revista El Gráfico de 1971, cuatro boletos viejos de las líneas de colectivos 60, 39 y 140, un ejemplar del diario La Nación de 2014 y otro del diario Página 12 de 2017, un alfajor Havanna parcialmente desintegrado, una fotografía de Perón de 1947, un poster de Maradona sin fechar y otro poster de Maradona con la selección argentina de 1986 y, finalmente, un bolso marrón, muy usado y raído.

Wittgenstein se tomó su tiempo para guardar todo en el bolso. Lo hizo con cierta dificultad, pero cuidadosamente. Las cuatro arañas de cristal emitían una luz blanca casi envolvente, de una nitidez fenomenal, que preanunciaría y cubriría, a posteriori, la desmaterialización del contrafáctico. Su rostro y su figura se desdibujaban inmersos en ese relumbre denso y expansivo: se despidió con serenidad, y su mirada daba una impresión de cercanía; no hubo apretón de manos ni abrazo, tampoco una palmeada, ningún contacto físico. Apuró el paso con resolución y abandonó la sala, dirigiéndose hacia la Corps de Logis. Yo hice lo que tenía que hacer, y aquí estoy ahora, en Buenos Aires, de nuevo en 2019, entre Palermo y el centro, el centro y Palermo. Voy y vengo, vengo y voy; y el colectivo 130 me viene muy bien.