El año empieza, pero es difícil, muy difícil, percibir el pasaje de 2020 a 2021 tal como lo hacíamos en épocas normales. El tiempo transcurre de otra manera, porque tiempos y espacios tienen ahora un vínculo sui generis, en clave pandémica digamos. Para mí, al menos, la sensación no era la típica del ciclo anual terminado, seguramente producto del prolongado encierro de la cuarentena interminable; de hecho, nunca supimos cuando terminó, ¿seguimos en cuarentena? ¿Cómo llamar a esto que nos toca, a esta nebulosa propia de una existencia a media máquina, llena de restricciones, de trabas, de necedades y negaciones?
Hablo de una negación muy extendida: gobierno y sociedad negamos la crisis, la naturalizamos. Ya no escandalizan los escandalosos porcentajes de pobreza y desempleo, la inflación que se empina mes tras mes, las quiebras masivas de empresas de todo tipo y tamaño, el exilio de compañías multinacionales hartas de un país entrampado por un diseño pensado para una clase dirigente -sobre todo aquella ligada al universo político peronista- extremadamente rica, astuta y manipuladora, y un pueblo -sobre todo los sectores sociales afines al peronismo- sumiso y cómplice del cortoplacismo, la mentira, la corrupción y el vano intento de demolición de las instituciones de la democracia republicana.
El gobierno de Cristina -la presidenta
de facto (José Nun dixit)- y Alberto -el presidente formal que actúa como el
Jefe de Gabinete de la jefa (nuevamente recurro a José Nun)- tuvo una pésima
gestión de la pandemia, todos los sabemos, implementando una cuarentena bestial
que laceró gravemente el tejido social y destruyó la economía. Sin embargo, la
sociedad tolera con llamativa mansedumbre semejante mala praxis,
acompañada de una soberbia insoportable (¿será la manera que encontró Alberto
de compensar el trato humillante que le dispensa Cristina?). Se creen
infalibles y dueños de la verdad revelada por el solo hecho de hacer, con
respecto a cada política pública relevante, exactamente lo contrario del
gobierno anterior. Un anti-macrismo rabioso. Como si no pudieran existir sin contrastar.
Y ahí estamos, prisioneros del péndulo nacional, ese péndulo fatal, inevitable.
La verdad, me siento basureado por un
presidente que se burla de nosotros todos los días, que jamás predica con el
ejemplo, que tira por los aires cifras, fechas y plazos completamente inverosímiles
cuando habla de la vacuna o de cualquier otra cosa, intoxicándonos con ese
discurso propio del realismo mágico: que con el cambio de año la pandemia se
termina, porque sí, año nuevo vida nueva; porque se viene un programa de
vacunación espectacular, sin parangón en el mundo, y seremos los campeones,
otra vez, como lo fuimos con la cuarentena. Domamos el virus y ahora lo
dominaremos de nuevo, y la economía tendrá un despegue formidable, y podremos alinear
tarifas, salarios, precios…
Agotador, sinceramente: la reestructuración
de la deuda pública se malvinizó, el confinamiento se malvinizó, la vacuna se
malviniza, la mesa de los argentinos se malviniza, el sistema de salud se
malviniza (quieren controlar los precios a garrotazo limpio, cerrando
exportaciones, empoderando a intendentes, planchando eternamente las tarifas de
transporte, energía, telecomunicaciones, salud…). Nacionalismo patológico y dogma
populista (Cristina tuvo la originalidad de crear un populismo económico dogmático,
casi un contrasentido porque, por definición, los populismos siempre han sido pragmáticos)
para todos y todas, con un costo inconmensurable, particularmente en materia de
déficit fiscal, un déficit fiscal a punto de explotar, pero necesario para
mantener vivo el relato y esquivar decisiones económicas antipáticas.
Esto se veía venir; cuanto mayor la
adversidad para el gobierno, mayores restricciones, regulaciones y controles,
cepos y super-cepos de todos tipo y pelaje, y un discurso completamente alejado
de la realidad, que indica que somos un paciente cuyo cuadro se agrava y no
deja de agravarse -me refiero a la situación social y económica-, mientras nos
hablan livianamente de una supuesta reconstrucción argentina como si estuviéramos
en 2003 o en 2004. Es decir, solo atinan a actuar sobre los síntomas de la
crisis, anestesiando temporariamente a la sociedad, sin encarar ninguno de los
problemas de fondo que afectan al país, problemas que por otra parte se profundizan
día a día.
Que Dios ilumine nuestra consciencia
colectiva y una catarsis electoral permita sacudirnos este yugo
pesado y persistente. Se trata de parar la pelota, reflexionar, pensar, aunque
sea por un instante, y actuar en consecuencia; de eso se trata.