viernes, 28 de diciembre de 2018

Cambiemos y el futuro de la Argentina

La coalición Cambiemos, más allá de sus cuentas pendientes como coalición de gobierno, o tal vez precisamente debido a ellas, debe asumirse más claramente como un espacio político neo-socialdemócrata y neo-desarrollista, más allá de todas las vaguedades y cierto anacronismo que las tradicionales categorías político-ideológicas tienen en la actualidad. Esta necesidad de explicitar una orientación que vaya del centro a un progresismo republicano y modernizador, en condiciones de interpretar y de abordar la actual fase del capitalismo (la denominada Globalización 4.0, también conocida como Cuarta Revolución Industrial), es importante por dos razones principales: 1) para cohesionar el frente interno, adoptando, adaptando y readecuando, cuando sea necesario, el ideario del radicalismo y de la Coalición Cívica, y 2) para consensuar, primero hacia dentro del espacio oficialista y luego hacia fuera, en particular con el peronismo dialoguista, un programa de reformas que le permita a la Argentina retomar la senda de un desarrollo socioeconómico sustentable.  
En tal sentido las reformas, si bien imprescindibles, sólo podrán atravesar con éxito el terreno político- parlamentario y el de la opinión pública si son expresamente presentadas como superadoras del recetario neoliberal. Para decirlo en otros términos, nuestro país necesita implementar un programa amplio de reformas en diversos ámbitos de políticas públicas, en especial aquellas destinadas a mejorar la competitividad sistémica de la economía, pero enfatizando un afán modernizador de espíritu neo-socialdemócrata y neo-desarrollista, encaminado a la construcción de una economía más abierta, más competitiva y menos concentrada, en el marco de una sociedad más justa e igualitaria. Para ello, la experiencia del gobierno de Felipe González en España, durante los años 80, puede ofrecer algunas pistas o claves susceptibles de ser traducidas –nunca copiadas mecánicamente- a nuestra realidad.
Aunque a muchos lectores les parezca extraño, ciertas similitudes entre el modelo económico franquista y el aplicado durante los gobiernos de Cristina Fernández justifican este recurso comparativo. Dejando de lado las obvias diferencias entre una dictadura militar y una democracia (muy defectuosa, pero democracia al fin), en ambos casos se trató de economías muy cerradas y trabadas por un sinnúmero de reglamentaciones y políticas intervencionistas, apoyadas en una concepción nacionalista y corporativista. Sin embargo, el desafío para Cambiemos –en caso de ganar las elecciones presidenciales del año próximo- es mucho más arduo que el afrontado por el socialismo español luego de la dictadura de Franco.
Además de las diferencias estructurales entre los dos países y en cuanto al tiempo histórico (aquellos eran los días de gloria del capitalismo de mercado, ante el inminente derrumbe de la planificación centralizada de cuño soviético y otras variantes estatistas), el nacionalismo populista del período kirchnerista, con un discurso que machacaba respecto del supuesto sentido revolucionario y democratizador de las políticas implementadas, acompañado de un desmesurado estímulo de la demanda agregada (mediante una emisión monetaria fuera de control dirigida a financiar el constante incremento del déficit fiscal) que lo hacía para muchos creíble, interpela al actual gobierno y lo condiciona de un modo muy diferente.           
No es lo mismo gobernar después de cuarenta años de un régimen autoritario tradicional, y una breve transición, en los albores de la Globalización neoliberal, que hacerlo en estos tiempos de recientes e inminentes oportunidades producto del avance vertiginoso de las nuevas tecnologías (Big Data, Inteligencia Artificial, Impresión 3D, Nanotecnología, Biotecnología, Internet de las cosas…), pero en los que reverdecen populismos y nacionalismos de los más diversos pelajes, la democracia liberal muestra signos de envejecimiento, y la herencia envenenada del kirchnerismo –administrada, y esto también hay que decirlo, con algo de mala praxis por parte del gobierno de Macri- empantana el horizonte de corto y mediano plazo.
Por lo tanto, este nuevo programa de reformas requiere la combinación de elementos que en la Argentina parecen a priori incompatibles: la promoción del tándem productividad-competitividad con políticas fiscales, sociales y educativas progresistas, incluida una auténtica revolución en materia de políticas de asistencia social, fundada en la profundización de los programas vigentes y en una fuerte apuesta por la instrumentación de políticas sociales universales. Al mismo tiempo, y acorde a esta combinación de orientaciones en apariencia contradictorias, resultaría muy conveniente una reformulación o fortalecimiento del discurso oficialista (repleto, lamentablemente, de sobreentendidos y vacíos), en aras de una síntesis entre la prosa socialdemócrata y desarrollista tradicional y los nuevos lenguajes propios de la Globalización 4.0.      
La ciencia económica lo ha demostrado en base a la evidencia empírica: el crecimiento económico sostenible en el tiempo, unido al desarrollo humano depende de los llamados factores de oferta; así, la acumulación continuada de capital físico (tecnologías e infraestructuras) y humano, en sintonía con la extensión de nuevos programas de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I) y una mayor productividad social de la inversión, funcionan como los vectores más consistentes de desarrollo socioeconómico. Nada de esto puede ser posible, de todas formas, sin un marco jurídico y económico estable y previsible, y para ello es imprescindible la preservación del equilibrio fiscal y de un tipo de cambio competitivo, que facilite una disminución de la carga impositiva, las inversiones netas (incluida la inversión extranjera directa), el crecimiento sostenido de las exportaciones y, como resultado, una menor necesidad de recepción de flujos externos de capital.
Si un sistema económico de este tipo es acompañado de una eficiente promoción estatal de programas de Investigación y Desarrollo –enmarcada en la institucionalización de Sistemas de Innovación que habiliten, por ejemplo, un despliegue generalizado de fábricas inteligentes (la denominada Industria 4.0)-, que deriven en un fortalecimiento de los encadenamientos productivos y en la progresión de una economía menos dependiente de la importación de tecnologías de punta y bienes de capital, la vulnerabilidad macroeconómica se reduce sensiblemente frente a eventuales shocks externos.       

Finalmente, sentar las bases para consolidar crecimiento económico, equidad social y desarrollo humano precisa enhebrar acuerdos lo suficientemente amplios y duraderos (incluyendo en ellos a la dirigencia política, sindical y empresaria y a sectores de la sociedad civil), como para garantizar la continuidad institucional de unas reformas y políticas públicas diseñadas para encarar los desafíos y aprovechar las oportunidades de la actual fase del capitalismo global.