La coalición Cambiemos, más allá de sus cuentas
pendientes como coalición de gobierno, o tal vez precisamente debido a ellas,
debe asumirse más claramente como un espacio político neo-socialdemócrata y neo-desarrollista,
más allá de todas las vaguedades y cierto anacronismo que las tradicionales
categorías político-ideológicas tienen en la actualidad. Esta necesidad de
explicitar una orientación que vaya del centro a un progresismo republicano y
modernizador, en condiciones de interpretar y de abordar la actual fase del capitalismo
(la denominada Globalización 4.0,
también conocida como Cuarta Revolución
Industrial), es importante por dos razones principales: 1) para cohesionar
el frente interno, adoptando, adaptando y readecuando, cuando sea necesario, el
ideario del radicalismo y de la Coalición
Cívica , y 2) para consensuar, primero hacia dentro del
espacio oficialista y luego hacia fuera, en particular con el peronismo
dialoguista, un programa de reformas que le permita a la Argentina retomar la
senda de un desarrollo socioeconómico sustentable.
En tal sentido las reformas, si bien
imprescindibles, sólo podrán atravesar con éxito el terreno político-
parlamentario y el de la opinión pública si son expresamente presentadas como superadoras
del recetario neoliberal. Para
decirlo en otros términos, nuestro país necesita implementar un programa amplio
de reformas en diversos ámbitos de políticas públicas, en especial aquellas
destinadas a mejorar la competitividad sistémica de la economía, pero
enfatizando un afán modernizador de espíritu neo-socialdemócrata y neo-desarrollista,
encaminado a la construcción de una economía más abierta, más competitiva y
menos concentrada, en el marco de una sociedad más justa e igualitaria. Para
ello, la experiencia del gobierno de Felipe González en España, durante los años
80, puede ofrecer algunas pistas o claves susceptibles de ser traducidas –nunca
copiadas mecánicamente- a nuestra realidad.
Aunque a muchos lectores les parezca extraño,
ciertas similitudes entre el modelo económico franquista y el aplicado durante
los gobiernos de Cristina Fernández justifican este recurso comparativo.
Dejando de lado las obvias diferencias entre una dictadura militar y una
democracia (muy defectuosa, pero democracia al fin), en ambos casos se trató de
economías muy cerradas y trabadas por un sinnúmero de reglamentaciones y
políticas intervencionistas, apoyadas en una concepción nacionalista y
corporativista. Sin embargo, el desafío para Cambiemos –en caso de ganar las
elecciones presidenciales del año próximo- es mucho más arduo que el afrontado
por el socialismo español luego de la dictadura de Franco.
Además de las diferencias estructurales entre
los dos países y en cuanto al tiempo histórico (aquellos eran los días de
gloria del capitalismo de mercado, ante el inminente derrumbe de la
planificación centralizada de cuño soviético y otras variantes estatistas), el
nacionalismo populista del período kirchnerista, con un discurso que machacaba
respecto del supuesto sentido revolucionario y democratizador de las políticas
implementadas, acompañado de un desmesurado estímulo de la demanda agregada
(mediante una emisión monetaria fuera de control dirigida a financiar el
constante incremento del déficit fiscal) que lo hacía para muchos creíble, interpela
al actual gobierno y lo condiciona de un modo muy diferente.
No es lo mismo gobernar después de cuarenta
años de un régimen autoritario tradicional, y una breve transición, en los
albores de la Globalización
neoliberal, que hacerlo en estos tiempos de recientes e inminentes oportunidades
producto del avance vertiginoso de las nuevas tecnologías (Big Data,
Inteligencia Artificial, Impresión 3D, Nanotecnología, Biotecnología, Internet
de las cosas…), pero en los que reverdecen populismos y nacionalismos de los
más diversos pelajes, la democracia liberal muestra signos de envejecimiento, y
la herencia envenenada del kirchnerismo –administrada, y esto también hay que
decirlo, con algo de mala praxis por parte del gobierno de Macri- empantana el
horizonte de corto y mediano plazo.
Por lo tanto, este nuevo programa de reformas
requiere la combinación de elementos que en la Argentina parecen a
priori incompatibles: la promoción del tándem productividad-competitividad con
políticas fiscales, sociales y educativas progresistas, incluida una auténtica
revolución en materia de políticas de asistencia social, fundada en la
profundización de los programas vigentes y en una fuerte apuesta por la
instrumentación de políticas sociales universales. Al mismo tiempo, y acorde a
esta combinación de orientaciones en apariencia contradictorias, resultaría muy
conveniente una reformulación o fortalecimiento del discurso oficialista
(repleto, lamentablemente, de sobreentendidos y vacíos), en aras de una
síntesis entre la prosa socialdemócrata y desarrollista tradicional y los
nuevos lenguajes propios de la
Globalización 4.0.
La ciencia económica lo ha demostrado en base a
la evidencia empírica: el crecimiento económico sostenible en el tiempo, unido
al desarrollo humano depende de los llamados factores de oferta; así, la
acumulación continuada de capital físico (tecnologías e infraestructuras) y
humano, en sintonía con la extensión de nuevos programas de Investigación,
Desarrollo e Innovación (I+D+I) y una mayor productividad social de la
inversión, funcionan como los vectores más consistentes de desarrollo
socioeconómico. Nada de esto puede ser posible, de todas formas, sin un marco jurídico
y económico estable y previsible, y para ello es imprescindible la preservación
del equilibrio fiscal y de un tipo de cambio competitivo, que facilite una
disminución de la carga impositiva, las inversiones netas (incluida la
inversión extranjera directa), el crecimiento sostenido de las exportaciones y,
como resultado, una menor necesidad de recepción de flujos externos de capital.
Si un sistema económico de este tipo es
acompañado de una eficiente promoción estatal de programas de Investigación y
Desarrollo –enmarcada en la institucionalización de Sistemas de Innovación que
habiliten, por ejemplo, un despliegue generalizado de fábricas inteligentes (la denominada Industria 4.0)-, que deriven
en un fortalecimiento de los encadenamientos productivos y en la progresión de
una economía menos dependiente de la importación de tecnologías de punta y
bienes de capital, la vulnerabilidad macroeconómica se reduce sensiblemente
frente a eventuales shocks externos.
Finalmente, sentar las bases para consolidar
crecimiento económico, equidad social y desarrollo humano precisa enhebrar
acuerdos lo suficientemente amplios y duraderos (incluyendo en ellos a la
dirigencia política, sindical y empresaria y a sectores de la sociedad civil), como
para garantizar la continuidad
institucional de unas reformas y políticas públicas diseñadas para encarar
los desafíos y aprovechar las oportunidades de la actual fase del capitalismo
global.