martes, 20 de junio de 2017

Carta imaginaria a Ernesto Sabato






                                                                        Nápoles, 27 de setiembre de 1970 

Querido Ernesto,

Escribo esto apurado, nervioso y algo incómodo por el sol picante de un otoño demasiado tibio para mi gusto, cálido inclusive. Estuve buscando un lugar propicio para descargar mis ansias comunicativas, mi deseo irrefrenable de volcar en el papel varias cosas. Necesito que me escuches –mejor dicho que me leas, aunque para mí vendría a ser lo mismo; saber simplemente que, al menos por un instante, estaré presente en tu vida-, y es por eso que, sentado en un costado de la Piazza del Plebiscito –extraña réplica de la Piazza San Pietro del Vaticano-, con la Basilica di San Francesco di Paola a mi izquierda, di comienzo a este puente de papel, diseñado para unir el Tirreno con Santos Lugares.                    
Espero puedas detenerte aunque más no sea diez, quince minutos… papeles en mano, por ejemplo en el jardín del fondo de tu casa, donde, me dicen, medita nostálgico un ginkgo biloba –me dicen, también, que se trata de un árbol sagrado procedente del Japón; corregime si me equivoco- o, porqué no, en el otro jardín, el del frente, entre tus amadas magnolias, tus cipreses y araucarias. Otra fuente (ésta la puedo mencionar: nuestra entrañable amiga en común Emma Brossa de Kent), en fin, me comenta de una parra situada, al parecer, entre ambos jardines; quizá sea ése el lugar, el punto en el que te acuerdes, registres…            
No niegues nuestra amistad, o al menos no finjas no conocerme. No tengo constancia de haberte ofendido, ni calumniado, ni engañado, ni nada por el estilo.
Es más, pensamos parecido, si es que eso pueda servir para algo. Vos, al igual que yo, creés en la imperiosa necesidad de unir libertad y justicia social. Aquí, en Italia, la Democracia Cristiana, con sus más y sus menos, ha intentado poner dicha conjunción en práctica, y mal no les fue: gobiernan ininterrumpidamente desde hace veinticinco años. Bueno, para ser sinceros, lo que se dice aquí, precisamente aquí mismo, en Napoli, la democracia, el cristianismo, la libertad, la justicia social y todo eso son términos, prácticas o valores relativos: presiento, o mejor dicho concluyo, que los lazos comunitarios, las relaciones sociales, la convivencia, están, de alguna manera, filtrados por un estilo propio del lugar ¿sabés?
En cualquier caso, sea como sea, no quiero seguir con esto, no quiero que los napolitanos y las napolitanas se ofendan, en particular estas últimas. En la Argentina, y estarás de acuerdo conmigo, tuvimos una especie de Democracia Cristiana en clave autoritaria: sí, sí, me refiero a ese hombre eyectado del poder hace unos quince años, que han prohibido nombrarlo, la proscripción, todo lo que ya sabemos. Ernesto, necesito que me ayudes, necesito dilucidar, aclarar, reflexionar… Antes creía fervientemente en esa línea dura, firme, que liberaría al país del oprobio causado por ese tirano fascista, oportunista y demagogo. 
Andando el tiempo, sin embargo, empecé a sospechar que muchas de las cosas que se habían criticado terminaron replicándose, aunque con otros destinatariosEs decir, tenías razón Ernesto, cuando criticabas con decisión muchos de los pasos dados, desde septiembre del 55, por los militares triunfantes: te dijeron de todo, quien esto escribe incluido, pero tuviste el coraje de decir la verdad. Y no es que yo quiera que vuelvan, para nada, todo lo contrario; pero tenemos que ser mejores que ellos, justamente para superar todo aquello. A veces pienso que al exceso de astucia y oportunismo del viejo, los no peronistas le han opuesto la exacta contrapartida: una falta total de sagacidad y de sentido de la oportunidad; los extremos nunca son buenos.
Cambiando de tema, noto que insistís mucho –en tus ensayos, en las entrevistas- con esto de la pérdida de los valores espirituales, la cosificación del hombre que es, cada vez más, un simple engranaje de realidades que funcionan como máquinas; engranajes humanos en el taller, las fábricas, los ministerios, los clubes, y hasta en los hogares. Está claro que detestás la veneración, la sacralización de la ciencia de este siglo –excesivamente materialista para tu gusto-, pero, lamento tener que decírtelo, tu mirada no es para nada objetiva, y no estoy inventando nada: vos fuiste parte integrante de ese mundo –como investigador, como becario-, que luego abandonarías con atormentada gravedad.
No es que quiera reprocharte el volantazo; los volantazos son cruciales en la vida, son la vida misma para personas como vos y yo, que buscamos, nos desdoblamos, y nos interesamos –no siempre ni mucho menos, porque no somos santos tampoco- por la otredad y las cosas simples, a las que asignamos un valor. Pero dejame que te diga lo siguiente: me parece, humildemente, que te vas un poco al otro extremo. Es como si hicieras una reivindicación implícita de la ineficiencia, de la idea de que generar riqueza es algo malo en sí  mismo. La verdad, no creo que palabras como eficiencia, eficacia o productividad nos condenen, necesariamente, a ser esos engranajes de los que hablás. 
De nuevo, como le escribía la otra vez a Norma Marinetti, los asuntos humanos graves, profundos, como la política o la filosofía práctica, nos presentan dilemas que consisten en posturas aparentemente inconciliables. Y digo aparentemente, porque me resisto a creer en la inevitabilidad del dualismo como condición necesaria para explicarlo todo. Por supuesto que sirve para discernir aspectos fundamentales del quehacer de la humanidad, integrado en los principios del derecho natural o en el sustrato moral de las religiones. 
No considero pertinente, sin embargo, aplicar el enfoque dualista del modo en que vos lo hacés. No estoy seguro, igualmente, de haber efectuado una lectura correcta, cabal de tus posicionamientos. Quiero respuestas, quiero certezas, quiero fórmulas que posibiliten la justa combinación de materia y espíritu, de ocio contemplativo y eficiencia, de alegre despreocupación y concentración para la productividad.
Para la Argentina quisiera, además de la puesta en marcha de las fórmulas antedichas, otras adicionales que combinen, exitosamente, liberalismo y nacionalismo; la astucia del zorro y la ternura candorosa de los hombres y mujeres que abren sus manos y dan; la respuesta estatal positiva a las crecientes demandas sindicales obreras (para la plena vigencia de los más avanzados derechos laborales y sociales) con el sostenimiento de la rentabilidad empresaria y el incremento de las inversiones, y otras muchas más por el estilo. Y, de paso, una fórmula especial para que los jóvenes estudiantes, docentes e investigadores que tanto han protestado y manifestado, y los funcionarios y fuerzas de seguridad, que tanto han reprimido, encuentren espacios de diálogo y reconciliación.                                
Soy consciente de que te estoy pidiendo demasiado, Ernesto; pero no quiero resignarme, al contrario de Wittgenstein, a la idea de lo inefable.    
Espero tus respuestas, aunque sean lacónicas, telegramáticas.
Te visitaré de improviso en Santos Lugares; yo tomo mate, te advierto; el café me hace mal y el té me aburre. Las facturas vienesas son mi perdición.     
Mis más cordiales saludos; también para Matilde.
Muchas gracias por todo.

                                 Roberto.