Nápoles, 27 de setiembre de 1970
Querido
Ernesto,
Escribo
esto apurado, nervioso y algo incómodo por el sol picante de un otoño demasiado
tibio para mi gusto, cálido inclusive. Estuve buscando un lugar propicio para
descargar mis ansias comunicativas, mi deseo irrefrenable de volcar en el papel
varias cosas. Necesito que me escuches –mejor dicho que me leas, aunque para mí
vendría a ser lo mismo; saber simplemente que, al menos por un instante, estaré
presente en tu vida-, y es por eso que, sentado en un costado de la Piazza del Plebiscito –extraña
réplica de la Piazza San
Pietro del Vaticano-, con la
Basilica di San Francesco di Paola a mi izquierda, di
comienzo a este puente de papel, diseñado para unir el Tirreno con Santos
Lugares.
Espero
puedas detenerte aunque más no sea diez, quince minutos… papeles en mano, por
ejemplo en el jardín del fondo de tu casa, donde, me dicen, medita nostálgico
un ginkgo biloba –me dicen, también, que se trata de un árbol sagrado
procedente del Japón; corregime si me equivoco- o, porqué no, en el otro
jardín, el del frente, entre tus amadas magnolias, tus cipreses y araucarias.
Otra fuente (ésta la puedo mencionar: nuestra entrañable amiga en común Emma
Brossa de Kent), en fin, me comenta de una parra situada, al parecer, entre
ambos jardines; quizá sea ése el lugar, el punto en el que te acuerdes,
registres…
No niegues
nuestra amistad, o al menos no finjas no conocerme. No tengo constancia de
haberte ofendido, ni calumniado, ni engañado, ni nada por el estilo.
Es más,
pensamos parecido, si es que eso pueda servir para algo. Vos, al igual que yo,
creés en la imperiosa necesidad de unir libertad y justicia social. Aquí, en
Italia, la Democracia Cristiana,
con sus más y sus menos, ha intentado poner dicha conjunción en práctica, y mal
no les fue: gobiernan ininterrumpidamente desde hace veinticinco años. Bueno,
para ser sinceros, lo que se dice aquí, precisamente aquí mismo, en Napoli, la
democracia, el cristianismo, la libertad, la justicia social y todo eso son
términos, prácticas o valores relativos: presiento, o mejor dicho concluyo, que
los lazos comunitarios, las relaciones sociales, la convivencia, están, de
alguna manera, filtrados por un estilo propio del lugar ¿sabés?
En
cualquier caso, sea como sea, no quiero seguir con esto, no quiero que los
napolitanos y las napolitanas se ofendan, en particular estas últimas. En la Argentina, y estarás de
acuerdo conmigo, tuvimos una especie de Democracia Cristiana en clave
autoritaria: sí, sí, me refiero a ese hombre eyectado del poder hace unos
quince años, que han prohibido nombrarlo, la proscripción, todo lo que ya
sabemos. Ernesto, necesito que me ayudes, necesito dilucidar, aclarar,
reflexionar… Antes creía fervientemente en esa línea dura, firme, que liberaría
al país del oprobio causado por ese tirano fascista, oportunista y demagogo.
Andando el tiempo, sin embargo, empecé a sospechar que muchas de las cosas que se habían criticado terminaron replicándose, aunque con otros destinatarios. Es decir, tenías razón Ernesto, cuando criticabas con decisión muchos de los pasos dados, desde septiembre del 55, por los militares triunfantes: te dijeron de todo, quien esto escribe incluido, pero tuviste el coraje de decir la verdad. Y no es que yo quiera que vuelvan, para nada, todo lo contrario; pero tenemos que ser mejores que ellos, justamente para superar todo aquello. A veces pienso que al exceso de astucia y oportunismo del viejo, los no peronistas le han opuesto la exacta contrapartida: una falta total de sagacidad y de sentido de la oportunidad; los extremos nunca son buenos.
Andando el tiempo, sin embargo, empecé a sospechar que muchas de las cosas que se habían criticado terminaron replicándose, aunque con otros destinatarios. Es decir, tenías razón Ernesto, cuando criticabas con decisión muchos de los pasos dados, desde septiembre del 55, por los militares triunfantes: te dijeron de todo, quien esto escribe incluido, pero tuviste el coraje de decir la verdad. Y no es que yo quiera que vuelvan, para nada, todo lo contrario; pero tenemos que ser mejores que ellos, justamente para superar todo aquello. A veces pienso que al exceso de astucia y oportunismo del viejo, los no peronistas le han opuesto la exacta contrapartida: una falta total de sagacidad y de sentido de la oportunidad; los extremos nunca son buenos.
Cambiando
de tema, noto que insistís mucho –en tus ensayos, en las entrevistas- con esto
de la pérdida de los valores espirituales, la cosificación del hombre que es,
cada vez más, un simple engranaje de realidades que funcionan como máquinas;
engranajes humanos en el taller, las fábricas, los ministerios, los clubes,
y hasta en los hogares. Está claro que detestás la veneración, la
sacralización de la ciencia de este siglo –excesivamente materialista para tu
gusto-, pero, lamento tener que decírtelo, tu mirada no es para nada objetiva, y
no estoy inventando nada: vos fuiste parte integrante de ese mundo –como
investigador, como becario-, que luego abandonarías con atormentada gravedad.
No es que
quiera reprocharte el volantazo; los volantazos son cruciales en la vida, son
la vida misma para personas como vos y yo, que buscamos, nos desdoblamos, y nos
interesamos –no siempre ni mucho menos, porque no somos santos tampoco- por la
otredad y las cosas simples, a las que asignamos un valor. Pero dejame que te
diga lo siguiente: me parece, humildemente, que te vas un poco al otro extremo.
Es como si hicieras una reivindicación implícita de la ineficiencia, de la idea
de que generar riqueza es algo malo en sí
mismo. La verdad, no creo que palabras como eficiencia, eficacia o
productividad nos condenen, necesariamente, a ser esos engranajes de los que
hablás.
De nuevo, como le escribía la otra vez a Norma Marinetti, los asuntos
humanos graves, profundos, como la política o la filosofía práctica, nos
presentan dilemas que consisten en posturas aparentemente inconciliables. Y digo aparentemente, porque me resisto a creer
en la inevitabilidad del dualismo
como condición necesaria para explicarlo todo. Por supuesto que sirve para
discernir aspectos fundamentales del quehacer de la humanidad, integrado en los
principios del derecho natural o en el sustrato moral de las religiones.
No
considero pertinente, sin embargo, aplicar el enfoque dualista del modo en que
vos lo hacés. No estoy seguro, igualmente, de haber efectuado una lectura
correcta, cabal de tus posicionamientos. Quiero respuestas, quiero certezas,
quiero fórmulas que posibiliten la justa combinación de materia y espíritu, de
ocio contemplativo y eficiencia, de alegre despreocupación y concentración para
la productividad.
Para la Argentina quisiera,
además de la puesta en marcha de las fórmulas antedichas, otras adicionales que
combinen, exitosamente, liberalismo y nacionalismo; la astucia del zorro y la
ternura candorosa de los hombres y mujeres que abren sus manos y dan; la
respuesta estatal positiva a las crecientes demandas sindicales obreras (para
la plena vigencia de los más avanzados derechos laborales y sociales) con el
sostenimiento de la rentabilidad empresaria y el incremento de las inversiones,
y otras muchas más por el estilo. Y, de paso, una fórmula especial para que los
jóvenes estudiantes, docentes e investigadores que tanto han protestado y
manifestado, y los funcionarios y fuerzas de seguridad, que tanto han
reprimido, encuentren espacios de diálogo y reconciliación.
Soy
consciente de que te estoy pidiendo demasiado, Ernesto; pero no quiero
resignarme, al contrario de Wittgenstein, a la idea de lo inefable.
Espero tus
respuestas, aunque sean lacónicas, telegramáticas.
Te visitaré
de improviso en Santos Lugares; yo tomo mate, te advierto; el café me hace mal
y el té me aburre. Las facturas vienesas son mi perdición.
Mis más
cordiales saludos; también para Matilde.
Muchas
gracias por todo.
Roberto.