lunes, 24 de junio de 2013

¿En transición hacia un país normal?



La irrupción de Sergio Massa, en las grandes ligas de la política nacional, resultó abrupta e impactante. El muchacho del delta demostró ser un gran tiempista, generando una impaciencia insostenible en los distintos sectores que, por muy diversas razones, se encontraban sumamente pendientes de sus movimientos y definiciones. La gran apuesta del kirchnerismo-cristinista al respecto perecería haber sido, vista la estrategia seguida hasta estos días, la de realizar un sobreactuado exhibicionismo de poder político, destinado a disuadir nuevos desafíos dentro del peronismo. En ese marco se inscriben las frecuentes humillaciones a Daniel Scioli, convertido en un punching ball ideal. Y en ese marco está inserta, también, tanto la retórica destinada a mostrar una voluntad de poder absoluto, como las decisiones concretas destinadas a alcanzar dicho objetivo (la fallida estrategia del 7-D, la reforma judicial, el nombramiento de Gils Carbó en la Procuraduría General, etcétera).
Éste ha sido el mensaje hacia la dirigencia peronista; hacia el resto de la sociedad, en tanto, la búsqueda de la suma del poder público, en desmedro de la democracia republicana, es ocultada –con poco éxito- detrás de un discurso que resalta la supuesta vocación democratizadora de las medidas impulsadas. Se pretende, en tal sentido, instalar la idea de una lucha heroica orientada a la constante ampliación de derechos: en el caso de la ley de reforma judicial –cuyos artículos clave se encuentran anulados o suspendidos por la Justicia-, se la justifica apelando a la aparentemente imprescindible e inevitable necesidad de dar lugar a la expresión de la voluntad popular, a la hora de la elección de los miembros del Consejo de la Magistratura.
Sin embargo, la sola decisión de Massa de jugar ha desbaratado de un saque la estrategia oficial del miedo reverencial. Y el juego de Massa es dañino por partida doble o triple: muchos de los votos que obtenga en agosto y octubre serán votos anteriormente kirchneristas; hacia allí apunta parte de su discurso y el hecho de haber tejido una densa red de intendentes y dirigentes peronistas provinciales y municipales, hasta hace minutos nomás kirchneristas-cristinistas. El daño, por otra parte, es infligido en el principal distrito del país, incrementándose la probabilidad de que el Gobierno pierda la mayoría en la cámara de diputados, y abriéndole el camino a Massa para erigirse en un referente ineludible del peronismo post-kirchnerista.
Por consiguiente, el factor Massa promete ser determinante a la hora de sepultar las ambiciones de Cristina Fernández, quien sueña (¿aun hoy?) con reformar la Constitución y perpetuarse en el poder. Massa salió a la cancha y su presencia, más allá de sus reales intenciones y convicciones, significa un espaldarazo decisivo a la salud de la república mediante la preservación del orden jurídico-constitucional vigente. Y esto es, definitivamente, condición necesaria para que la Argentina se encuentre consigo misma. ¿Será posible? ¿Seremos un país normal alguna vez?